Ricardo Hausmann:  ¿Los economistas son arquitectos o auditores?

Ricardo Hausmann:  ¿Los economistas son arquitectos o auditores?

CAMBRIDGE – ¿El mundo debería tener dentistas o abogados? Obviamente, necesita a ambos, dado que cada profesión cumple diferentes propósitos. Pero cuando se trata de la economía, la cuestión es más complicada, porque el campo se enfrenta a una crisis de identidad interna sobre qué tipo de economistas debería producir: ¿arquitectos de políticas o auditores de programas?

La distinción trasciende el ámbito académico. Los auditores cumplen las reglas de manera metódica. Llegan con listas de chequeo, verifican su cumplimiento y advierten sobre desviaciones de las normas establecidas. Su trabajo es cuidadoso, preciso y esencialmente conservador; se centran en garantizar que los sistemas funcionen según normas predeterminadas, no en imaginar nuevas posibilidades.

Los arquitectos, en cambio, son creativos y están para resolver problemas. Deben conciliar objetivos contrapuestos mientras respetan restricciones espaciales, materiales y financieras complejas. Su trabajo es, en sí mismo, innovador -imaginan lo que aún no existe.

Estos arquetipos profesionales atraen a personalidades y sensibilidades diferentes, y exigen competencias distintas. Sin embargo, con el tiempo, la economía ha ido abandonando cada vez más la mentalidad del arquitecto en favor de la del auditor, cambiando no solo quién entra a la profesión, sino también qué pretenden lograr.

Este cambio tiene su origen en una interpretación errónea, aunque frecuente, del primer teorema fundamental de la economía del bienestar de Kenneth Arrow y Gérard Debreu, que afirma que, en ausencia de fallas de mercado, el mercado libre logra resultados eficientes. Aunque el propio Arrow creía que las fallas de mercado son generalizadas, el teorema fomentó una postura profesional defensiva: si los mercados normalmente funcionan, entonces el trabajo de los economistas es protegerlos de cualquier interferencia.

El problema de este enfoque es que convierte a los economistas en detractores profesionales. Cuando la carga de la prueba recae enteramente sobre quienes abogan por la intervención, la inacción se convierte en la opción preferida y sin riesgo. Como resultado de ello, los economistas ya no son solucionadores de problemas del mundo real, sino guardianes armados de objeciones teóricas, más dedicados a rechazar las malas ideas que a generar nuevas.

Como reconoció Arrow, las fallas de mercado -externalidades, asimetrías de información y escasez de bienes públicos- no son infrecuentes. Aunque los manuales de economía los abordan por separado, en realidad suelen ocurrir de manera simultánea e interactuar de formas complejas e impredecibles.

Desafíos como el crecimiento urbano, la diversificación industrial, el cambio climático y la disrupción tecnológica están impulsados por una serie de factores que ningún modelo por sí solo puede captar plenamente: fallas de mercado superpuestas, restricciones políticas, dinámicas sociales y limitaciones prácticas. En lugar de un tratamiento estandarizado, exigen diseños imaginativos -precisamente lo que la economía ha evitado cada vez más.

El auge de los ensayos controlados aleatorizados (ECA) ha reforzado aún más la mentalidad de auditoría. Tomados de la medicina, los ECA ponen a prueba intervenciones asignando aleatoriamente a los participantes a grupos de tratamiento y de control, y luego midiendo las diferencias en los resultados.

Los ECA se diseñan para responder a preguntas concretas sobre intervenciones específicas en contextos particulares. Por ejemplo, ¿los rotafolios mejoran el aprendizaje escolar o ayuda a los prestatarios cambiar las condiciones de los contratos de microcrédito? Pero no pueden abordar problemas de diseño más amplios, como la estructura de los sistemas de seguridad social, los regímenes monetarios, las leyes fiscales o las estrategias industriales.

Asimismo, este enfoque desconoce el funcionamiento de los sistemas complejos. La mayoría de las intervenciones sociales operan en lo que el biólogo teórico Stuart Kauffman llama “paisajes accidentados” -es decir, entornos con innumerables configuraciones posibles donde los resultados dependen de la influencia combinada de numerosas variables-. Los ECA, en cambio, solo prueban dos o tres variaciones a la vez, y lo hacen a un ritmo lentísimo. Por eso se han utilizado cada vez más para evaluaciones ex post de los diseños de programas de otros. Como ha argumentadoLant Pritchett, los profesionales han abandonado en gran medida el campo de la estrategia de desarrollo nacional en favor de la evaluación de programas individuales.

Los problemas más urgentes de la actualidad, desde el estancamiento del crecimiento hasta el aumento de la desigualdad, son intrínsecamente complejos, de largo aliento y polifacéticos. No se prestan a ser explorados mediante ECA. Estos problemas requieren profesionales capaces de identificar y transitar la complejidad, utilizando cualquier fuente de información y datos a los que puedan recurrir. Estos expertos deben ser capaces de desarrollar un marco -un modelo- que dé cuenta del mayor número posible de observaciones relevantes. Con este marco, tienen que imaginar de qué manera los cambios en las políticas o acciones podrían encaminar el sistema en una dirección positiva.

Por otra parte, los expertos deben evaluar los efectos potenciales de los cambios políticos propuestos, valorando si son beneficiosos y viables desde una perspectiva técnica, política y administrativa. Como sugierenMatt Andrews y Pritchett, tienen que trabajar con muchos diseños posibles y adaptarlos durante la implementación -como harían los arquitectos.

Capacitar a profesionales capaces de afrontar estos desafíos exige que las instituciones educativas establezcan “hospitales universitarios” que ofrezcan experiencia práctica y oportunidades de investigación. Al colaborar con gobiernos y partes interesadas para explorar soluciones a problemas del mundo real, instituciones como el Growth Lab de Harvardofrecen un modelo valioso.

Sin duda, el enfoque de auditoría tiene su utilidad. Necesitamos evaluadores que determinen la eficacia de los programas, identifiquen las consecuencias imprevistas y garanticen que no se malgastan los recursos. Pero necesitamos urgentemente arquitectos dispuestos a enfrentarse a problemas complejos y a diseñar sistemas adaptativos que evolucionen y mejoren con el tiempo.

La cuestión, por ende, no es si la economía debería producir arquitectos o auditores; es si somos lo suficientemente valientes como para admitir que necesitamos a ambos, y lo suficientemente inteligentes como para preparar a cada uno de ellos para el trabajo que deben hacer. Pero es importante recordar que las empresas no ponen a auditores a cargo de la investigación y el desarrollo o de la estrategia -y por buenas razones-. Si queremos que el mundo confíe a los economistas el diseño y la implementación de políticas, debemos capacitarlos como arquitectos, no como auditores.

 

 

Projet Syndicate

Ricardo Hausmann, a former minister of planning of Venezuela and former chief economist at the Inter-American Development Bank, is a professor at Harvard Kennedy School and Director of the Harvard Growth Lab.

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