Guy Sorman ¿Por qué Ucrania?

Guy Sorman ¿Por qué Ucrania?

Ucrania no es solo un territorio. Es también, y ante todo, una idea: una idea de democracia, un deseo de libertad , una adhesión a los ideales de la Unión Europea. La guerra entre Rusia y Ucrania no es, por lo tanto, un conflicto geográfico ni un enfrentamiento entre potencias. Es, ante todo, el enfrentamiento entre dos sociedades posibles: el despotismo encarnado por la Rusia de Putin y el liberalismo democrático del que la Unión Europea es hoy abanderada.

Recordemos cuándo y cómo nació el liberalismo ucraniano. Fue en otoño de 2013 , cuando un levantamiento espontáneo de jóvenes ucranianos y no tan jóvenes se reunió en la plaza central de Kiev, el Maidan. Reivindicaban la adhesión de su país a la Unión Europea, que acababa de rechazar el entonces presidente, Víktor Yanukóvich, una marioneta de los rusos. Esa concentración se convirtió en una revolución que duró varios meses y transformó a Ucrania de satélite vasallo en nación libre. Apoyar a Ucrania equivale, por tanto, a apoyar esta idea de Ucrania, la idea que los ucranianos tienen de su futuro. No apoyar a Ucrania es, en el fondo, adherirse al putinismo, a la tentación dictatorial, a la utopía totalitaria. Al enunciar estas realidades, no se trata de hacer propaganda, sino de recordar el hecho esencial de que ninguna sociedad liberal es nunca un logro, sino siempre una lucha. Este deseo de libertad puede manifestarse en toda la civilización; siempre y en todas partes, esta exigencia de libertad seguirá siendo atacada por los tiranos y sus clientes. Para aquellos que creen que ciertas civilizaciones están destinadas al despotismo, el ejemplo ucraniano es especialmente llamativo. Rechaza la teoría sin fundamento según la cual los eslavos nunca habrían conocido la libertad ni aspirarían a ella. Ahora, en Kiev, esta mitología se ve refutada por las aspiraciones espontáneas de la población. Sí, se puede ser eslavo y demócrata. Eso es precisamente lo que preocupa al vecino Putin, que teme que el contagio llegue a su propio país. Si los ucranianos desean adherirse a la Unión Europea y ejercer su libertad de juicio, ¿no corremos el riesgo, piensan Putin y los putinistas, de que mañana los rusos manifiesten una aspiración idéntica? Recordemos, por otra parte, que esta aspiración a la libertad ya se ha manifestado de forma inequívoca en la propia Rusia, desde el fin del régimen de Gorbachov hasta el fin del régimen de Boris Yeltsin: diez años, 1990-2000, confusos, agitados, quizás desordenados, pero en los que cada ruso se sintió libre de expresarse sin restricciones y sin riesgo de represión. Eso es lo que reclaman los ucranianos, eso es lo que tenemos nosotros en Europa, sin siquiera darnos cuenta de nuestro privilegio cotidiano.

Sí, tenemos sin trabas, el derecho, el privilegio de criticar todo, incluyendo nuestras propias sociedades, incluyendo nuestros propios dirigentes, sin correr el riesgo de acabar en la cárcel o algo peor. Lo que nos recuerdan los ucranianos es lo que somos nosotros mismos y lo que tendemos a olvidar. ¡Qué amnesia tan terrible! No apoyar a los ucranianos significa, por lo tanto, poner en peligro nuestra propia libertad y adherirnos a esa teoría difusa según la cual algunos pueblos saben lo que es la libertad y otros no lo saben ni lo sabrán jamás. En realidad, si nos familiarizamos con la diversidad de las civilizaciones, vemos que ninguna condena a la dictadura y que ninguna está destinada a la libertad. Volviendo a Rusia, siempre ha existido una corriente liberal y democrática encarnada, entre otros, en su día, por Tolstói o Chéjov, más recientemente por Solzhenitsyn y, últimamente, por Navalny. Putin mandó asesinar a Alexei Navalny hace un año por las mismas razones que le llevaron a invadir Ucrania, sobre todo para derrocar el régimen democrático de Kiev e impedir el contagio. Cualquier historia veraz de Rusia debería dar cabida al liberalismo ruso, al igual que una historia veraz de China debería dar cabida a la incesante corriente democrática que recorre la sociedad china; la última ilustración notoria de ello fue el premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo, fallecido en prisión en 2017, por no decir asesinado en prisión.

Por lo tanto, cabe congratularse de que, cuando la mayoría de los dirigentes europeos se pronuncian a favor del apoyo a Ucrania, en nombre de la defensa de nuestros propios valores, no se trate de una retórica vacía: es la verdad. También conviene comprender por qué, dentro de la propia Europa, algunos se muestran hostiles a este apoyo a Ucrania. ¿Quiénes son? Básicamente, la extrema izquierda y la extrema derecha. En Francia son antiguos comunistas, huérfanos del marxismo, o antiguos fascistas que apoyan el putinismo viril y totalitario, negándose a ayudar a los ucranianos. En España, es más que significativo que los partidos Podemos y Sumar se opongan a este apoyo a Ucrania invocando un deseo de negociación, una coartada hipócrita que Putin, evidentemente, no comparte. Vox, al igual que la extrema derecha italiana (la Liga de Matteo Salvini) y francesa (Marine Le Pen y su Agrupación Nacional), también se oponen a cualquier intervención junto a Ucrania, lo que deja perplejos sobre la naturaleza y las raíces ideológicas de estas facciones, sin duda más una nostalgia por la dictadura que un gusto por la democracia. ¿Acaso echan de menos a Mussolini, Pétain y Franco? En realidad, no hay partidos proucranianos o antiucranianos, sino solo un partido europeo de demócratas liberales contra el partido de los enemigos del liberalismo. Estos enemigos de la libertad y de Ucrania vociferan cómodamente desde sus sillones en París, Roma o Madrid. Si ellos mismos fueran rusos o chinos, hoy estarían en la cárcel. Tal es el privilegio de la democracia: es tan tolerante que se puede reclamar su supresión. Los ucranianos, que no tienen ese lujo, solo pueden luchar, no, no solo para salvar una tierra, una lengua, unas tradiciones, ni siquiera para evitar convertirse en rusos. Su lucha tiene como objetivo no convertirse en esclavos. ¿Se entiende esto bien en Europa occidental? No estoy del todo seguro.

 Guy Sorman ABC

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