Frei padre y el futuro del Sistema Interamericano

Frei padre y el futuro del Sistema Interamericano

Si pudiésemos invertir las fechas y sus actores, trasladando la Conferencia de Caracas de 1954 – la X Conferencia Interamericana – y su contexto hacia Antigua, donde se reúne el quincuagésimo quinto período de sesiones de la Asamblea General de la OEA, el discurso pronunciado ante sus pares con motivo de la primera y por quien más tarde será presidente de Chile, el senador don Eduardo Frei Montalva, adquiere inusitada actualidad. Fue su alerta ante el Senado chileno cuando apenas había transcurrido un lustro y algo más desde la fundación del Sistema Interamericano en Bogotá, en 1948. Allí, acaso en soledad, el expresidente de la Junta de Gobierno de Venezuela, Rómulo Betancourt, exigió imponer un «cerco sanitario» a las dictaduras militares.

En Venezuela se encontraron 18 gobiernos iberoamericanos y dos más, uno de habla inglesa y otro de habla francesa. Predominaba la latinidad. En Antigua se hacen presentes 32 delegaciones, de las cuales 14 provienen de naciones angloparlantes y 16 de la anterior cultura. Algo debe significar esto. Todavía más cuanto que, el gobierno ejecutivo del Sistema de repúblicas americanas reposará, para lo sucesivo, en manos de un diplomático surinamés, Albert Randim, quien, a la sazón, fue el segundo del socialista José Miguel Insulza – apologeta del socialismo del siglo XXI – y proveniente de una formación política indo-surinamesa-musulmana matizada por la cultura holandesa dominante y colonizadora.

Podría argüirse que la OEA, además e inevitablemente, es parte de la crisis global y actual que sufren los Estados y las organizaciones multilaterales que estos han formado, tras el quiebre epocal de 1989 y las revoluciones industriales que lo aparejan, la digital y la de la inteligencia artificial. La historia de los pueblos, en efecto, es una historia de lugares y de tiempos, léase de estabilidad poblacional y forja de procesos endógenos, en tanto que ahora los espacios se vuelven virtuales, todo migra, y la velocidad dentro de aquellas realidades es cero, es neta instantaneidad.

Hoy se gobierna desde las redes y estas hasta han secuestrado a la democracia y a las elecciones, como si aquella fuese una experiencia al detal, de ejercicio deslocalizado, y de duración momentánea. La vida política corriente no se dirime en los palacios, tampoco en los parlamentos, y cada actor político se mira a sí, como si estuviese frente a su espejo. Desde su propia imagen juzga a los otros, como si fuesen los clones de sus defectos. La otredad ha desaparecido al haberse cosificado, ha dejado de ser humana la relación entre los humanos.

Aun así, el discurso de don Eduardo es iluminador. Con escalpelo a la mano disecciona a la OEA para mostrárnosla como lo que no ha dejado de ser. De consiguiente, afirma, “lo que importa es desentrañar la línea que conduce los acontecimientos, las intenciones centrales de aquéllos que los dirigen y los provocan, las ideas y las finalidades que los informan”. “Lo que importa – observa el expresidente fallecido – no es el conjunto de los hechos ocurridos – como serán los de Antigua y ayer fueron los de Caracas – muchos muy triviales, como necesariamente los hay en esta clase de reuniones”.

“Tampoco interesa la letra de tanta declaración”, añade, como esta, agrego yo, que busca decir desde Antigua que lo que pensaba Papa Francisco será interpretación auténtica de la Carta Democrática Interamericana. Frei Montalva, a todo evento nos prevendría: Sólo son “el cortejo inevitable en los debates de estos cuerpos colegiados”. Qué las transversaliza y cuál su motivación, he aquí lo que sí cabe desnudar.

A don Eduardo le preocupaba, por una parte, que el encuentro de los Estados americanos realizado en Venezuela, a pesar de que en su localidad específica privase la “neutralidad”, su gobierno sede era una dictadura, la del general Marcos Pérez Jiménez. No la tacha, empero, al verlo de injusto y por advertir que había concurrido a Venezuela la “unanimidad” de las naciones, con excepción de Costa Rica. Todas a una, o eran dictaduras militares o gobiernos autoritarios. Todas a una, violadoras de derechos humanos, sin embargo, debatían y declaraban sobre cómo defenderlos.

“Nada más penoso que percibir el desgaste de ciertas palabras hasta dejarlas vacías y sin sustancia”, leo en el discurso que les reseño del estadista chileno, quien agrega, por si faltase poco, que “tal ocurre con la democracia, que sirve para rubricar tanta insustancialidad retórica, en la cual se confunde su espíritu vivo con una técnica limitada de su aplicación”, la electoral. No era una novedad, pues al igual que en el siglo corriente, hasta las dictaduras llegaban al poder con los votos de sus áulicos sentados en los Congresos, y cuando no les daban o era insuficientes, anulaban el proceso, encarcelaban a los diputados, o cambiaban los resultados, auxiliados siempre por los prestidigitadores en los que se han transformado los cuerpos electorales de nuestra posmodernidad.

En Venezuela, los votos que no obtuvo el dictador Nicolás Maduro Moros el 28 de julio de 2024, se los entregó el Tribunal Supremo de Justicia, su escribanía. Si se trata de México, recién, su aspirante a dictadora, Claudia Sheinbaum, guiada por el ventrílocuo Andrés Manuel López Obrador, podó a la Justicia. Hizo elegir popularmente a los jueces; eso sí, escogió a los candidatos, infló la participación, se llenaron boletas con la misma caligrafía y los consejeros electorales que exigieron declarar nula la elección, fueron amenazados ayer con una reforma del sistema electoral para que se vayan.

La democracia, ¿un régimen gastado?

El puntillazo de Frei, en fin, no se hizo esperar en su momento. Los pueblos ven a la democracia como un régimen gastado, cuando en realidad apenas se ha ensayado en sus primeros pasos, comenta. Y esa imagen, por obvias razones, la extrapola al ámbito internacional, por ser sus actores los mismos gobiernos autores de la mendacidad constitucional que detecta como vicio y aún hace presa de una mayoría de las repúblicas americanas. “Primero se explota el instinto y luego se quiere apelar a la razón – cuando lo prometido no se cumple o se hace lo contrario – para convencer de que una cosa era obtener los votos y otra la tarea de gobernar”, reza en el libro Pensamiento y Acción, que publica don Eduardo en 1958, con la Editorial del Pacífico.

El hecho que más le escarnece y maltrata a la integridad moral del presidente chileno, ícono de la democracia, es el debate sobre la declaración relativa a los derechos humanos que hubo

lugar en la Caracas de la dictadura. Aquella expresaba la adhesión a la misma y a sus principios por los militarismos presentes; se les recomendaba ajustar sus legislaciones a lo dispuesto en la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, adoptada en 1948, así como difundir los derechos proclamados en las escuelas.

La cuestión es que, al intentarse constituir una Comisión de Derechos Humanos que solicitase “a los Estados miembros los informes que estimen necesarios y que estos tengan a bien suministrarles” – que “tengan a bien”, subraya Frei – a la vez que “recibir informes de otros organismos internacionales y de organizaciones privadas auténticamente democráticas y moralmente responsables”, el proyecto de declaración fue rechazado. Tal medida y sus propósitos “constituían intervención en los asuntos internos de los Estados”, argumentaban los gobiernos. Es lo mismo que, esta vez y transcurridos más de 70 años, todavía repiten las satrapías instaladas dentro de la OEA, autoritarismos “iliberales” – verdaderas dictaduras del siglo XXI, las titula el expresidente ecuatoriano Osvaldo Hurtado – pero elegidos en elecciones que no soportarían una razonable observación internacional.

En suma, según Frei Montalva, lo que sucedió en esta Conferencia, como en muchas otras – me refiero yo a las posteriores y don Eduardo a las anteriores – “fue que cuando se quiso convertir la mera declaración en un pequeño principio de acción, la declaración fue contenida”. ¿No es eso lo que, entre cruzados y espurios intereses pretende hacerse en Antigua, al “juridificarse” las encíclicas de Papa Bergoglio e integrarlas a la Carta Democrática Interamericana? Se esgrime y repite aún, en voz baja y en los pasillos de las cancillerías americanas, que la Carta es un simple decálogo, moralizador, sin carácter vinculante. Poco importa que la Corte Interamericana de Derechos Humanos sostenga lo contrario.

Los gobiernos americanos, ciertamente, todos a uno, no pasarían un examen riguroso al trasluz de los principios ordenadores del derecho a la democracia consagrado por la Carta. Buscando intoxicársela ahora con invocaciones difusas a la moral religiosa, manipulándola, creen que no habrá manera de reconvenirlos – desde la opinión pública – por sus violaciones a la misma, es decir, por las violaciones sistemáticas de los derechos humanos fundamentales de sus pueblos y naciones, al haberles trastocado las garantías del Estado constitucional y democrático de Derecho. Sobreviven en la OEA simulaciones de Estados, y los países que sobreviven como democracias y a los que les importan sus instituciones democráticas, yerran al permitir la normalización de sus desviaciones y atentados graves, como las que acontecen en Venezuela, Cuba y Nicaragua, atribuyéndolas al clima de posverdad dominante.

Nada que agregar sobre la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que presentará su informe durante la Asamblea de Antigua, pues si bien y con admirable coraje observó que el régimen de Nicolás Maduro practica el “terrorismo de Estado”, el estrenado Secretario de la OEA, bajo influencia del gobierno de Brasil y el jefe real de su diplomacia, Celso Amorín, en yunta con México y la Colombia de Gustavo Petro, que anuncia el despido de las instituciones democráticas, está interesado en dialogar con el terrorismo residente en Caracas. Hasta espera que las elecciones de alcaldes que ha anunciado Maduro sean transparentes. Poco le importa o desconoce la historia del 28 de julio de 2024. Por lo demás, la Comisión

casi que no existe como en la Caracas de 1954. Cualquier víctima e hijo de vecina que acude ante ella, sabe que debe esperar una década antes de obtener un informe preliminar y eventualmente favorable sobre su caso.

En cuanto a Jorge Mario Bergoglio, el Padre Jorge o Papa Francisco, han de saber los dictadores y el progresismo socialista que, más allá de las etiquetas de conveniencia o de quienes pretendieron en vida encasillarle para sus fines autocráticos, iliberales y culturalmente deconstructivos, era él consciente del “escepticismo democrático” en boga. Entendía las dificultades de la democracia para asumir las “complejidades del tiempo presente” y sabía que lo peor que pudo ocurrirle a esta es “ceder a veces al encanto del populismo”. Lo denunciaba, pues, ciertamente que, en el marco de ese tráfico de ilusiones es cuanto pierde ella, la democracia, lo que le es inherente en su entender: “el ejercicio del gobierno … en el contexto de una comunidad que se confronta libre y secularmente en el arte del bien común”. Nada de esto, sensiblemente, ha ocupado la atención de la OEA reunida en Saint John, capital de Antigua y Barbuda.

“Si Estados Unidos de Norteamérica no entiende cuál es su problema con América Latina, sobrevendrá la tragedia para el futuro del mundo y para el futuro de nuestros pueblos. Estados Unidos está ligado a nosotros – como dice, en el más penetrante ensayo que he leído sobre el tema, Daniel Cossío y Villegas, director y fundador del Fondo Económico para la Cultura de México – está unido por una fatalidad geográfica y por una coincidencia histórica, ya que somos ramas desprendidas de la civilización occidental”, sentencia don Eduardo.

 

Asdrúbal Aguiar

 

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